martes, 3 de julio de 2012

A mis hijos

Mucho habréis, hijos, de equivocaros a lo largo de vuestra vida. Muchos serán los caminos errados que a ningún lugar os conduzcan, muchas las palabras que os fascinen como la cobra a su víctima, muchas las ideas que se asienten en vosotros sin derecho a ello.
Casi todos esos errores se volverán abono para vuestro crecimiento espiritual si sabéis verlos. Tendréis que cometerlos. De eso no os va a librar nadie. Pero también tendréis que aprender a no sentiros culpables por ellos.
Sin embargo, existen ciertos errores que encierran mayor peligro, como los que no parten de vuestro propio sentimiento o de vuestra propia mente. Son aquellos que nacen en otros. ¡Cuidaos de esos!
He conocido a personas que, desde una apariencia de bondad y sabiduría, causan, a veces sin pretenderlo, un daño que puede resultar irreversible. Aquellos que entran en tu mente por puertas falsas. Aquellos que pretenden enseñarte sobre la verdad, cuando la verdad está muy lejos de ellos.
Existen cosas, hijos, que no se enseñan. Existen cosas, hijos, que surgirán de vosotros mismos si han de haceros crecer. Desconfiad de quienes tratan de mostraros el camino. El camino sólo se abre a vuestros ojos, y si es el vuestro, nadie más podrá verlo.
No creáis a quienes predican la generosidad desde la avaricia, a quienes invocan la paz desde su propia inestabilidad, a quienes combaten el ego desde su propio y desmesurado ego. Creeros a vosotros mismos. Sois los únicos que podéis encontrar la verdad de vuestras vidas.

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